15 mar 2009

El Escudo de Mar

Si te gusta leer me vas a entender. No solo estaba llegando a la parte más interesante del libro después de algunos centenares de páginas de narración francamente un poco pesada, al menos comparadas con los otros dos anteriores de la misma trilogía (me refiero a “Esa horrible fortaleza” de La Trilogía Cósmica de C.S. Lewis), sino que lo estaba haciendo tirado en una hamaca paraguaya bajo la sombra de unos eucaliptos con las caricias de una brisa de mar uruguayo. Ni aún en ese grado de ensimismamiento me falló la lógica, era un día nublado y un poco fresco como para ir a la playa y a pesar de ello mi mamá me dijo: “Vamos con la Yaz y el Nata para la playa las Mozas, te esperamos un ratito y ahí nos encontramos con vos”, a lo que yo respondí sin dejar de leer: “No ¿Qué van a hacer en un día como este en la playa, vayan yendo directamente al Cerro Verde y yo los alcanzo de camino”. Porque la actividad planeada de la tarde era ir al Cerro Verde (que es un cerro famoso en un parque nacional de Uruguay en el que estábamos acampando cuya característica es ser… verde). Hasta ahí estaba todo bien, pero mi error fue no percibir que mi querida madre no había captado mi mensaje y por lo tanto fueron a la playa cuando yo pensaba que irían directamente al Cerro Verde. Eso desencadenó toda una serie de eventos hermosos.

Es difícil correr sobre la arena, sobre todo si llevás un bolsito con una filmadora, y era un trecho de casi 4 Km así que entre caminata rápida y trote llegué al Cerro Verde asombrándome de lo rápido habían ido mis hermanos con mi mamá porque no los alcanzaba en el camino; momentos más tarde, luego de haber rodeado el cerro antes de treparlo, estaría convencido al no encontrarlos de que mientras yo estaba en los lindes del montecito ellos habían bajado de él y vuelto al campamento hartos de esperarme. Pero lo importante es que mientras llegaba el Cerro Verde me hizo recordar algo: el Escudo de Mar. Y lo recordé porque años atrás mi Tío había encontrado uno allí. Tengo la imagen de él muy feliz con el pequeño círculo marino en su mano, lo consideraba como algo muy valioso, y lo es. Un Escudo de Mar es un equinodermo relativamente raro (animal marino de la familia de las estrellas de mar) de forma plana y circular que tiene impreso sobre una cara la forma de una flor y sobre la otra la forma de una mariposa. Al morir su simplificado cuerpo se endurece y queda a merced de la marea, al ser tan frágil existen muchas posibilidades de que se rompa por los golpes de las olas y si no se rompe es difícil que permanezca en la playa porque el agua se lo llevaría por ser tan liviano. Si uno no tiene la fortuna de encontrárselo de casualidad en la arena el mejor lugar para buscarlo es entre rocas, ya que permanecen aprisionados ente ellas al ser depositados allí cuando la marea sube. Así lo había encontrado mi Tío. El Cerro Verde tiene toda su amplia costa al mar armada con rocas.

La idea me sedujo. Que mejor regalo de cumpleaños (y de paso un recuerdo de Uruguay) para mi novia que un escudo de mar. Oré: “Señor, Dios mío, por favor permitime encontrar hoy mismo un Escudo de Mar para mi amada como muestra de mi amor hacia ella y también como señal de que así mismo nos vas a proveer abundantemente de todas las cosas” y me dispuse a buscar en toda la costa del cerro. Busqué y busqué repitiendo la oración. Encontré muchísimos tipos de caracolitos muy hermosos, cangrejos muertos y vivos, huevos de tiburón, distintos huesos de pescados, material para reciclar el equipo de un barco pesquero pero ningún Escudo de Mar. Seguí buscando y orando. Me detuve a mirar el mar y a escuchar también, y Dios me habló: “Te voy a dar lo que querés y por las mismas razones que me lo pedís, pero vos tenés que prometerme que vas a tratar de una manera pura a Andrea y como un vaso frágil”. Hagamos un paréntesis, si alguna vez te pasa que sentis que Dios te habla así en la cabeza y podés encontrar lo que te dice en la Biblia (en mi caso Romanos 8:32, 1º Timoteo 5:2, 1º Pedro 3:7, por ejemplo) entonces no estás loco, sí te habló Dios (sino también estaríamos locos al pensar que a través de un libro nos habló Dios, la Palabra de Dios es Palabra de Dios en cualquiera de sus formatos incluso en si se parafrasea en tu mente justo en el momento adecuado). Alentado por la reafirmación de Dios seguí buscando solo para encontrar la frustración de no encontrar el Escudo de Mar. Subí al cerro y hallé más ausencia todavía, porque tenía la esperanza de encontrar arriba a mis hermanos y madre, pero ya sabes vos que no estaban ahí.

Cerro Verde

Emprendí el camino de regreso y apenas bajé identifiqué a lo lejos en el movimiento de una silueta humana el inconfundible andar bamboleante de mi hermano junto con las formas de mi mamá y mi hermanita. El regalo de una segunda oportunidad para seguir buscando sublimó la molestia del desencuentro. Encontramos patos marinos, gaviotas, tortugas y hasta delfines, pero no encontré ningún Escudo de Mar. Se hizo la hora de volver. Caminando por la arena seca nos topamos con cientos de botellas de distintos colores y formas, pingüinos y lobos marinos muertos y más caracolitos, pero no con un Escudo de Mar. Ya ni siquiera estaba buscando. Venía charlando con mi hermanita y a la mitad del camino me sentí cansado, miré hacia delante sintiendo el viento en contra y le propuse a Yazmín que fuéramos por la arena mojada así caminábamos más rápido y con menos esfuerzo. Al llegar cerca de las olas volvió a mi mente mi búsqueda y recordé que en mi oración no había pedido encontrarlo en el Cerro Verde, sino Hoy, así que continué buscando. Apenas miré lo vi y lo levanté emocionado. Estaba bastante deteriorado y rotoso pero era lo que estaba buscando, lo pegaría y daría gracias a Dios. Pero si leés la Biblia dice: “Al que puede hacer muchísimo más que todo lo que podamos imaginarnos o pedir, por el poder que obra eficazmente en nosotros” (Efesios 3:20). Algo me decía que Dios no me iba a contestar mi pedido con migajas. No me conformé, miré una segunda vez y encontré otro Escudo de Mar mucho más grande, colorido y preservado que el otro. Abarquen la magnitud de la situación: la marea estaba subiendo, unos pocos instantes después una ola se hubiese llevado esos escudos si no los hubiera recogido yo. Mi Papá había respondido mi oración, y con mucho más de lo que había pedido o imaginado: Me dio dos Escudos de Mar y una hermosa historia para contarle a Andrea (y a vos).

Escudo de Mar Nº 2 (el mismo en su cara superior y en su cara inferior)

Más tarde al manipular el segundo escudo para sacarlo del frasquito en donde lo había guardado se me partió en dos, junto con la euforia que tenía por poseer dos escudos. Los pegué a los dos, quedaron muy bien, pero el segundo ya no era perfecto. Eso me enseño algo más: Tengo que cuidar lo que Dios me da. Lee la Biblia:

“Pero conserven lo que tienen, hasta que yo venga. A los que salgan vencedores y sigan hasta el fin haciendo lo que yo quiero que se haga, les daré autoridad sobre las naciones,” (Apocalipsis 2:25 y 26). Haciendo la Voluntad de Dios podemos cuidar lo que Él nos da y salir vencedores.

Confiá, Dios proveerá. Pero cuando te dé no te quedes en el agradecimiento, hacé el bien y toda bendición va a ser aún mejor.


Escudo de Mar Nº 1

Próximamente: Respuestas a Test escéptico parte 1.

5 mar 2009

Errores Vs Solución

Velocidad. Mucha, vigorizante, excitante y, si, un poco peligrosa. El viento aplastando el cuerpo no molestaba, era agradable y refrescante. El sonido del caucho sobre el asfalto agudizándose en cada revolución provocaba una sensación en el estómago que daba ganas de reír. De nada servía pedalear, la pendiente era tal que por más vueltas que diera no lograba añadir más unidades de fuerza significativas. La suma del conjunto le restaba importancia al sol quemante, al tajo en la rodilla producido hacía unos momentos cuando las leyes de Newton se habían vuelto en mi contra, y al porvenir: La subida.
Lentitud. Esfuerzo, mucho, extenuante, depresivo. El aire estaba más calmo que un mar reprendido. El sol asaba la piel y los músculos punzaban desde adentro. Los latidos del corazón se percibían en todo el cuerpo junto con la apremiante necesidad de oxígeno. La presión psicológica de abandonar aumentaba su carga en cada pedaleada.
Ambos estados tenían un éxtasis común: El paisaje. Indescriptible. Hermoso. Perelándrico. La creación de Dios explotaba en verdes, grises, marrones, blancos, azules y rojos formando valles, cerros, arroyos, cascadas, rocas, bosques, un cielo de profundidad infinita, aves, fragancias vegetales y dos bestias (uno adelante mío y otro atrás). Mí vehículo era lo suficientemente bueno como para permitirme disfrutar de obra artística del Creador ya sea que fuera cuesta arriba o cuesta abajo.
Llegué a Cuesta Blanca (lugar de almuerzo y de encuentro con otro grupo) con el problema: Una goma en llanta. Después de comer uno de los sándwiches más deliciosos de mi vida y darme una de las zambullidas más gratificantes en el río, me puse con uno de mis compañeros ciclistas a tratar de resolver el problema. Sacamos las herramientas nuevas compradas para la ocasión e intentamos arreglar el desperfecto desde nuestra inexperiencia (el que sabía se estaba clavando una buena siesta a la sombra). Lo primero que hicimos fue sacar la cámara de la rueda, primer error. La falla estaba en el gomín (una mísera válvula de goma en el pico de la cámara) por lo que no hubiera hecho falta desarmar toda la bendita rueda. Cambiamos la cámara entera por las dudas y nos dispusimos a rearmar las partes correspondientes, segundo error: no sabíamos cómo hacerlo. La cámara quedo girada y la cubierta no calzaba, era un desastre. Miré hacia la costa: los chicos que habían ido al río para encontrarse con nosotros estaban charlando en la playita. Acudí a mi tocayo que se encontraba con ellos: “Jona”- le grite con la siempre presente sensación extraña de llamarme a mí mismo al dirigirme a él- “¿Sabés algo de bicicletería?”. Se levantó y contestó: “¿Qué te hace falta?”. Con esa sola pregunta con que me respondió me volvieron las esperanzas. Cuando reconocí que yo no podía hacerlo, el corrigió todos mis errores a la perfección y mi vehículo volvió a ser útil y disfrutable.

Como muchos saben “Jonatán” significa “Regalo de Dios” y en ese momento este Jonatán fue realmente un regalo del Dios para mí, él no iba a ir al río y a último momento sí fue; Dios lo preparó para que me ayudara. Ahora ¿Por qué Dios no hizo que no se me arruinara el gomín? ¿Por qué no me hizo dar cuenta de que tenía que fijarme primero si la válvula estaba bien antes de desparramar tuercas y arandelas por el pasto? Libertad. No podemos amar verdaderamente la rectitud ni disfrutarla ni crecer en ella si no tenemos la posibilidad de elegirla, practicarla y ejercitarnos en ella. YO era el que se había largado en una travesía de más de 120 Km, la bici era MÍA, YO fui el que no le consultó al otro Jona desde un principio, era MÍ responsabilidad. Pero Dios ya tenía un plan para corregir mis errores. Parafraseando la Biblia podríamos decir: “En esto muestra su amor para con nosotros: En que siendo aún tan salames, Dios nos da una solución a nuestros problemas”. Dejame ponerte como ejemplo un poco de la historia del Pueblo de Dios:

- Ya bien creadito el hombre y en perfecta armonía con la naturaleza y sobre todo con Dios, elije hacer la única cosa que no tenía que hacer y se pudre todo: Se arruina la relación con El Creador, la creación se vuelve tendiente a la degradación y la vida se hace más difícil. Aún así Dios sigue proveyendo: Les dice a dónde tienen que ir, les da ropa para que tengan y puedan copiarla, les dice cómo pueden alimentarse e idea el plan de salvación a través de Jesús.

- Dios ordena al hombre esparcirse por toda la tierra y multiplicarse, una misma raza con mismos conocimientos, cultura, idioma y origen poblando el mundo, seguramente iba a lograr un trato internacional un poco mejor que el actual. El hombre desobedece, se centraliza en un solo lugar despertando en sí mismo delirios de grandeza y Dios tiene que repartir distintos idiomas para que se separen y se la crean un poco menos. El hombre cambió la unidad por orgullo y Dios tuvo que solucionarlo.

- Israel tenía ordenado limpiar la tierra prometida de los pueblos que se oponían a Dios (no sólo de manera ideológica sino en su forma atroz de vivir). Solo hacía falta hacerlo una vez y en ese único lugar, luego Dios proveería una forma de que el resto de los pueblos lo conociera sin necesidad de que los escogidos fueran a guerrearlos ni sufrieran ataques tampoco. Tal vez Israel hubiera sido cabeza de puente, una base firme para que de allí todas las naciones conocieran al Rey del Universo de una manera mucho más eficaz y menos sufrida de lo que tuvo que ser. La conquista fue incompleta y el pueblo de Dios perdió su identidad al entremezclarse con las naciones paganas. Sobrevinieron guerras, divisiones, conquistas y exilios. Dios tuvo que restaurar, enmendar, recogerlos de donde habían ido a parar. Los Israelitas volvieron a Israel pero las cosas en la Tierra Prometida nunca estuvieron tan bien como hubieran podido.

- Jesús llegó al mundo, en Israel específicamente. El Rey y Mesías les habló a los suyos pero pocos de los suyos le reconocieron como tal ¿Qué hubiese pasado si en lugar de 120 personas fieles hubieran sido todos los israelitas? Imagina el panorama: Todo Israel siguiendo a Jesús como su salvador ¿Pensás que entonces no lo iban a matar y no iba a haber propiciación de los pecados? Error. El puñado de cristianos que formó la iglesia primitiva terminó despertando suficiente molestia al Imperio Romano como para desatar su persecución a muerte, toda una nación invitando al mundo a que sigan a una persona hubiera causado el mismo efecto: Los romanos hubiesen matado a Jesús (líder de un supuesto movimiento) para evitar una revolución, la diferencia hubiera radicado en que después de la resurrección de Jesús el ejército que recibiría el Espíritu Santo hubiera sido de millones de personas; el imperio romano hubiese tambaleado mucho antes, con menos derramamiento de sangre, mayor unidad y expansión de la Palabra de Dios. Él tuvo que arreglárselas para que con esos 120 el imperio romano cayera y el cristianismo se desparramara por el mundo; lo malo fue el hecho de el cómo se hizo a través de la Iglesia Romana con inquisiciones, cruzadas, tergiversaciones, divisiones, guerras, malas relaciones y reacciones con los distintos poderes, etc. Tales formas equivocadas todavía pesan hoy. Otra vez al alejarnos de las propuestas de Dios las cosas no salieron tan bien como podrían haber salido.

Leé la Biblia: “Una voz grita en el desierto: ‘Preparen el camino del Señor; ábranle un camino recto.’ ” Mateo 3:3b

¿Para qué quiere Dios un camino preparado? ¿Necesita Dios que le arreglemos las cosas para que las condiciones sean las ideales para su obrar? En el mundo no, en nuestro corazón… si. Cuanto más tiempo pasamos alejándonos lo que Dios nos plantea como correcto más van a ser las malas consecuencias de nuestras acciones a pesar de la solución de Dios. Una cicatriz es una herida sanada, pero puede traer complicaciones muy invalidantes. Dios va a hacer cosas hermosas en tu vida, va a arreglar los desperfectos que logramos, pero si le dejás, si acudís a Él. Sólo tenemos tiempo en esta vida para ello, luego será demasiado tarde.

Solucioná hoy tus problemas con Dios, sobre todo si es la distancia con Él por causa del pecado, teniendo en cuenta que ya preparó la solución:

“Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” Romanos 5:8

Próxima semana: El Escudo de Mar.